El perro es un animal social, acostumbrado en la naturaleza a vivir en un orden jerárquico en el que existe un perro alfa o líder. En nuestra sociedad, el perro vive con su familia de humanos a los cuales el perro considera miembros de su manada. Como manada que es la familia, debe tener una jerarquía en la que exista el líder en el escalón más alto. Cada miembro ocupa un escalón de la jerarquía, y el perro entiende que solo obedecerá a los que estén por encima de él. Los perros no esperan igualdad por nuestra parte, ellos nacen con un sentido social y con una tendencia a ocupar un puesto en la jerarquía.
Un líder es aquel que se encarga de gestionar los recursos del grupo social al que pertenece para conseguir los resultados más eficientes y el mayor bienestar para todos los miembros de la manada. El líder es el que pone las normas en el grupo y puede encargarse, junto con otros miembros, de hacerlas cumplir. También es el que vela por la seguridad de todos los miembros y se encarga de organizar la comida y el espacio de su comunidad.
El líder no ocupa su puesto por imposición, sino que es aceptado por el resto de miembros del grupo porque consideran que es el miembro con más capacidades para llevar a cabo la tarea de responsabilizarse del resto de miembros.
Dado que proporcionamos a nuestro Australian Cobberdog comida, agua, protección, estimulación mental y física, compañía y atendemos sus necesidades de salud, no habría ninguna razón para que él quisiera elevar su estatus. Si alcanza el rol de líder, sería responsable de todo lo que conlleva dicha posición, algo que no puede asumir ni quiere.
Si un perro creyese que es el líder de la familia, comenzaría a encontrar continuas amenazas para su “manada” que no puede controlar. Desde miembros de la familia que se escapan de su visión, extraños que se acercan a interactuar con ellos, alguien que toca las cosas que considera “suyas”… Son innumerables las situaciones que pondrían en continua tensión al perro como líder y que acabarían en frustración al no poder manejarlas.
A pesar de las creencias populares, que sugieren que el perro es un animal que si se le permite luchará por conseguir un estatus dominante dentro de su familia, la dominancia no es un concepto muy acertado cuando se aplica al intento de ascender en la jerarquía familiar.
La dominancia es un concepto que se refiere a la habilidad de un individuo para mantener o controlar el acceso a algunos recursos. No tiene nada que ver con el estatus de macho alfa. La “dominancia” es más una cuestión de obtención o pérdida y no de acceder a un estatus superior.
Esto explicaría por qué algunos perros se muestran protectores con la comida, con sus juguetes o si su dueño le intenta echar del sofá y se muestra agresivo. En estos casos el perro tiene la posición de control sobre la situación y no quiere perderla. Si se deja a su voluntad, un perro hará lo que le resulte más gratificante, y si un perro ha tenido permitido durante meses dormir en el sofá, podría reaccionar de forma agresiva si alguien de repente cambia las reglas y le niega el acceso a ese recurso. Es por ello que cuando ocurren este tipo de cosas, no debemos pensar que el perro quiere ser líder, sino que le hemos dado a entender que él tenía el control sobre eso.
Si son muchas las cosas sobre las que le permitimos tener control, es cuando el perro puede empezar a sentir que tiene poder sobre algunos aspectos de su “manada humana” (que no sentirse macho alfa).
El Australian Cobberdog es un perro con un temperamento que encaja mejor en el rol de seguidor que de líder de forma natural, es fácil de enseñar, muy diligente, quiere agradar y se amolda con facilidad a las normas de la casa. Pero como cualquier perro, si le enseñamos (aunque sea inconscientemente) que él tiene el control sobre los recursos, el perro se comportará tal como lo ha aprendido. El perro, a medida que crece, tantea las diferentes conductas que puede adoptar para cada situación que va surgiendo y adapta un rol y una actitud según los resultados que va encontrado al realizar esas conductas. La permisividad suele dar lugar a que el perro entienda que puede hacer lo que quiere y se comporte de forma autoritaria, no tanto por su “carácter dominante” sino por el aprendizaje que ha tenido, y si se intenta cambiar esa actitud el perro luchará por mantener su privilegio de hacer lo que quiera, tal como lo haría un niño consentido.
Cuando un perro no controla los recursos, asume inmediatamente una posición expectante hacia el líder que será el que le proporcione esos recursos. Tener la atención del perro y su disposición a agradar son dos consecuencias que se derivan del control de los recursos que tiene el líder y proporcionan una situación óptima para desarrollar el vínculo con el perro.